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no de la humillacion ante la Academia poética de Madrid, ni cantar tan dolorosa palinodia, por haber echado los cimientos á una gloria tan duradera como el nombre del pueblo que en tan contrariada empresa le aplaudia.

No es de este momento el determinar los caractéres que distinguen el teatro de Lope, ni cumple ahora á nuestro propósito el fijar las diferencias que le separan del teatro antiguo; pero cuando contemplamos los tesoros de poesía que encierra, cuando consideramos los altos sentimientos que en todas partes refleja, no podemos explicar cómo llega en el Arte nuevo de hacer comedias hasta el punto de condenar casi todas las que hasta darle á luz habia escrito, llamándose voluntariamente bárbaro, porque no guardó en ellas los preceptos clásicos. Hé aquí algunos pasajes del referido Arte, donde para complacer á sus eruditos amigos, no vaciló en calificar al pueblo que le prodigaba su cariño, con los más humillantes epítetos:

Verdad es que yo he escrito algunas veces,
Siguiendo el arte que conocen pocos;
Mas luego que salir por otra parte
Veo los mónstruos, de apariencias llenos,
Adonde acude el vulgo y las mujeres,
Que este triste ejercicio canonizan,
Á aquel hábito bárbaro me vuelvo.

Despues añade:

Y escribo por el arte que inventaron
Los que el vulgar aplauso merecieron;
Porque, como las paga el vulgo, es justo
Hablarle en necio, para darle gusto.

Y más adelante:

Mas pues del arte vamos tan remotos
Y en España le hacemos mil agravios,
Cierren los doctos esta vez los labios.

Casi al final exclama:

Á ninguno de todos llamar pude

tos el nombre de Academia de la Mula, burlándose de la supremacia que intentaba ejercer en la república de las letras.

Más bárbaro que yo, pues contra el arte
Me atrevo á dar preceptos y me dejo
Llevar de la vulgar corriente, donde
Me llamen ignorante Italia y Francia.

Concluyendo de este modo:

Sustento en fin lo que escribí, y conozco
Que aunque fueran mejor de otra manera,
No tuvieran el gusto que han tenido;

Porque a veces lo que es contra lo justo,
á

Por la misma razon, deleita el gusto.

¿Qué significa repetimos, esta contradiccion entre la crítica y el sentimiento del arte, entre el corazon y la cabeza?... Era tan fuerte, tan poderoso en España durante el siglo XVI el respeto de la autoridad, se hallaba tan arraigado en las costumbres y en las creencias de todas las clases, á pesar de los esfuerzos de la protesta, que hubiera sido temeraria empresa negar su predominio absoluto respecto de las letras, acarreándose con semejante conducta el menosprecio de los cultos, quienes fundaban sólo en aquel principio el dogma poético entonces proclamado. Esta es pues la única razon filosófica que puede, en nuestro concepto, explicar contradiccion tan extraña. Pero no deja sin embargo de llamar nuestra atencion el considerar cómo Lope de Vega y con él Cervantes, ingenios ambos vigorosos é independientes, que rompieron en el hecho el yugo de exóticos preceptos, no tuvieron presente que si pudo la poesía lírica hacerse erudita, falseando su primitivo carácter, no era dado lo mismo al arte dramático, el cual, como observa un crítico de nuestros dias, pertenece completamente al Estado, reflejando su vida política y social y alimentándose de cuantos elementos se agitan en su seno 1. Verdad es que estas razones, deducidas de la naturaleza íntima de las cosas, se hubieran entonces estrellado en el torrente de la opinion docta, que las habria rechazado sin exámen, echando sobre ellas y sobre sus autores todo el peso del ridículo, por ofender el dogma de la imitacion, universalmente

1 El citado Federico Schlegel, Historia de la Literatura antigua y moderna, tomo II, cap. 12.

acatado. Tanto puede el espíritu de escuela, y tan imperiosa y tiránica es la ley de la moda!!...

II.

Sólo un género de escritores conocieron algun tanto en el siglo XVI los antiguos monumentos de nuestra literatura: fueron estos los arqueólogos, los historiadores y los cronistas. Animados unos y otros del más vivo deseo por dar á conocer las antigüedades españolas, comprendieron todos la necesidad de poner en contribucion cuantos elementos habian combatido en su seno durante la edad media; y con este laudable propósito acudieron á los olvidados archivos, en donde dormian entre el polvo y la polilla aquellos venerables testimonios de nuestra desdeñada cultura, no sin que interrogasen tambten, segun cuadraba á su intento, los cantos populares.

Favorecian grandemente esta inclinacion de los doctos las mismas circunstancias en que la nacion entera se encontraba, y fomentábala no menos poderosamente la respectiva situacion de ciertas clases sociales, con sus diversas y aun encontradas aspiraciones. Como efecto natural de la política de Isabel y de Fernando, ampliada por Cisneros y desarrollada, aunque ya con otros fines, por Carlos V y Felipe II, acaeció entonces en la Península Ibérica lo que tal vez no podia suceder á la sazon en las demás naciones de Europa. Levantada la monarquia sobre todas las instituciones, nacidas y desarrolladas en el largo período de la reconquista, ya absorbiendo las unas, ya trasformando las otras, ora anulando aquellas, ora concediendo á estas excesiva y peligrosa preponderancia, operábase en las regiones de la historia singular fenómeno, digno en verdad de consideracion y exámen. Hallaba el triunfo de la monarquia, que sobrecoge y avasalia con su inusitado esplendor todos los espíritus, número crecido de panegiristas, que prosiguiendo la obra de los narradores de la edad media, pretendian oscurecer con sus escritos la memoria de las antiguas instituciones políticas, así como quedaban ya oscurecidas y postradas en la esfera de los hechos. Todo lo fué entonces para los historiadores de la monar

quia la potestad real, siglos antes desesperadamente combatida y no pocas veces hollada, con escarnio de sus legítimos sostenedores.

Pero esta manera de vindicacion, por lo mismo que aspiraba á ser omnimoda y absoluta, llevaba en sí los aires de injusto despojo, y provocó necesariamente la única protesta y la última lucha que podian sostener en nuestro suelo aquellos vencidos poderes. La antigua nobleza, que tan altos laureles habia recogido en la obra inmortal de la reconquista, conociendo que tocaba ya en el suelo español á la edad de su decadencia, acudió á la historia para apuntalar, con el auxilio de las letras, el edificio de su eclipsada grandeza; y exhibiendo los preclaros timbres de su gloria, engendró con su agonizante aliento otro linaje de crónicas, vistosos museos, donde sólo se contemplaban ya los blasones y armaduras de sus antepasados. Tales fueron los Nobiliarios. Á la sombra del interés social que representan, crecen sin duda la adulacion y la lisonja, llegando á poblar de monstruosas leyendas y fantásticas narraciones el ilimitado campo elegido para su cultivo; pero si no pueden dar sus autores paso alguno en la senda que les traza el amor propio de los magnates, al par ofendido y exaltado, sin manifiesto peligro de prevaricacion, vicio que de antiguo infestaba aquel género de apologias, lícito es reconocer que se abre con los Nobiliarios una época fecunda en investigaciones históricas, y no estéril en verdad para la patria literatura.

Ni se vió sola en esta singular lucha la nobleza: el clero regular, que habia prestado durante la edad media grandes servicios á la civilizacion española, emulando no pocas veces el poderio de la aristocracia, mermado ya su predominio por la influencia del clero secular, no quiso ser vencido en el nuevo palenque por aquella escogido para ostentar sus timbres; y así como los magnates escribieron al lado de sus ya anublados blasones las inauditas proezas de sus abuelos, exhumó aquel los nombres venerables de sus más doctos y virtuosos varones, para contraponerlos en la balanza de la influencia social y política, trazó la historia de sus merecimientos y de sus gloriosos triunfos, y acogió solícito las piadosas anécdotas y místicas leyendas de los tiempos medios.

Traia consigo esta generosa lucha de gloriosos recuerdos la ne

cesidad de profundos estudios; y si para trazar los Nobiliarios fué preciso acudir con frecuencia á las tradiciones heróicas y á la poesía popular, hasta aquel momento menospreciadas, para escribir las crónicas de los conventos y monasterios menester se hubo tambien de invocar el auxilio de la literatura erudita, que por la misma constitucion del pueblo castellano, se habia acogido con frecuencia, durante la edad media, á aquellos pacíficos y solitarios asilos. Las Vidas y Catálogos de hombres ilustres en ciencia y santidad de todas las Órdenes religiosas, catálogos y vidas que debian convertirse al cabo en Bibliotecas ó historias formales, fueron pues el natural resultado de esta contienda, en que no desplegó el clero menor aparato y riqueza de investigaciones y de nombres que aquella aristocracia, cuyo orgullo hereditario habian postrado y vencido en Madrid y en Toledo un fraile franciscano y un clérigo de oscuro nombre 1.

Pero no fueron estas las únicas consecuencias favorables à las letras, que semejante movimiento produjo: el egemplo de la nobleza y de las comunidades religiosas fué muy pronto seguido por el municipio, que celoso de sus antiguas glorias, si bien adulterado en su esencia y aherrojado á las gradas del trono, acudió tambien á sacar á plaza y poner delante de los reyes, para legitimar la representacion á que aspiraba en el Estado, los títulos de su pasada preponderancia. Hombres celosos de la gloria de las villas y ciudades en que habian nacido, obedeciendo este hidalgo movimiento, apresurábanse generosos á recoger y consignar las proezas y los eminentes servicios, que les habian conquistado en medio de las revueltas señoriales de la edad media la intervencion en los negocios públicos; y no olvidados los títulos científicos y

1 Fray Francisco Ximenez de Cisneros y don Juan Tavera. Fácilmente se comprenderá que aludimos respecto del primero á la famosa expresion, dirigida al Conde de Benavente, al Duque del Infantado y al Almirante de Castilla, cuando estos magnates osaron preguntarle en virtud de qué poderes gobernaba el reino. Cisneros respondia á la inquieta nobleza: Haec est ultima ratio regum, mientras atronaba el espacio una salva de artilleria.-Tavera, presidente de las Córtes de Toledo en 1538, despedia al brazo militar, en nombre del Emperador, para no convocarlo en adelante. Así desaparecia la influencia activa de la nobleza castellana de hecho y de derecho.

TOMO I.

B

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