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debatida redencion del feudo de las cien doncellas, ó de la institucion del voto de Santiago, y ambos por los menos tras la batalla de Clavijo ó de Albelda (844).

Siendo pues el Hymnario conservado por los muzárabes de Toledo (que le dieron su nombre), el monumento más interesante y popular de cuantos han llegado á nuestros dias, relativos à la época de los visigodos, juzgamos oportuno exponer aquí las observaciones que nos ha sugerido su lectura, á fin de completar el estudio hecho en el capítulo X del presente volúmen sobre esta parte vitalísima de la civilizacion española. Debe ante todo llamar la atencion de la crítica el ya citado prólogo de los himnos [prologus ymnorum], escrito en versos rimados y dirigido á probar la antigüedad de esta manera de cánticos y el uso que de ellos hacia la Iglesia, conforme al espíritu de las Sagradas Escrituras y al precepto de San Pablo, cumplido por Hilario, Ambrosio y otros muchos esclarecidos varones, que testificaron de este modo su amor á los mártires de Cristo.-Curioso es, despues de haber examinado con San Isidoro el origen é historia de los himnos, el ver reproducido por Maurico en este prohemio cuanto en el capítulo VI del libro I De officiis dejó ya consignado el doctor de las Españas en órden á esta parte de la liturgia. Una diferencia encontramos sin

1 Digno es tambien de observarse que la exposicion del cánon XIII deł IV concilio toledano está concebida casi en los mismos términos que el citado capítulo del libro De Officiis, lo cual prueba la influencia que en todo ejercia la autoridad de San Isidoro. Este habia dicho entre otras cosas: «In hymnis et psalmis canendis non solum prophetarum, sed etiam ipsius Domini et Apostolorum habemus exemplum... Sunt autem divini hymni; sunt et ingenio humano compositi. Hilarius autem Gallus, episcopus Pictaviensis, eloquentia conspicuus, hymnorum carmine floruit primus. Post quem Ambrosius, Mediolanensis episcopus, vir magnae gloriae in Christo et clarissimus doctor in Ecclesia, copiosus in huiusmodi carmine cognoscitur, atque inde ex eius nomine ambrosiani vocantur, etc.» El expresado cánon XIII del IV concilio empieza: «De hymnis etiam canendis et Salvatoris et Apostolorum habemus exemplum... Et quia nonnulli hymni humano studio in laudem Dei atque Apostolorum et Martyrum triumphos compositi esse noscuntur, sicut hi quos beatissimi doctores Hilarius atque Ambrosius ediderunt, etc.» Y prosiguen los PP. del concilio: «Componuntur ergo hymna, sicut componuntur missae, sive preces, vel orationes, sive commendationes, seu manus impositiones; ex quibus si nulla dicantur in Ecclesia, vacant omnia officia ecclesiastica. Igitur orationes, ita hymnos in laudem Dei compositos nullus vestrum ulterius im

embargo: mientras Isidoro, como escritor meramente didáctico, se limita á declarar que aquella costumbre era observada por las iglesias de Occidente [per totius Occidentis Ecclesias observatur], el prólogo poético en que se trasmitia su doctrina, terminaba recordando el triunfo del catolicismo, y excitando á la muchedumbre á tomar parte en el canto de los himnos religiosos:

Dei summa gloria, laus, et laetitia constat

In his, et Trinitas laudatur, et Ecclesia flagrat:
Dum ymnum dicimus, honorem et gloriam damus;
Ymnum dum canimus, Ecclesiae vota mostramus,
Tandem et omnium finem noxarum optamus.

Muéstrannos estos versos, cuya exactitud, en lo que toca à la confesion del misterio de la Trinidad, comprueban todos los himnos, que la primera condicion de la existencia de estos estribaba en ser cantados en coro por los ficles, segun en el texto y notas del capítulo á que sirven de nueva ilustracion estas líneas, queda ya advertido. Ni pudiera deducirse otra cosa de la lectura de estas místicas poesías, cuando en todas ellas se halla consignada esta costumbre de la Iglesia de Occidente, siendo uno de los medios más eficaces de que se vale, para cimentar la doctrina evangélica y hacer perdurable su triunfo. Imposible era por tanto que faltase esta condicion esencial á los cánticos que la Iglesia española ponia precisamente como antemural de la licencia y de la idolatria desde el momento en que fué vencida la herejia de Arrio, siendo aquella la única senda que debía conducirla al término apetecido. Por esta causa, ya adopte alguno de los himnos de San Hilario ó San Ambrosio, ya de Sedulio ó Fortunato, ya de Arator ó Prudencio, segun en otro lugar advertimos ', casi siempre hallamos expresado este llama

probet; sed pari modo Gallia, Hispaniaque celebret, excommunicatione plectendi qui hymnos reiicere fuerint ausi.» San Isidoro, que sólo escribia en sentido didáctico, habia dicho: «Praecepta de hac re [de hymnis] utilia ad movendum pie animum, et inflamandum piae et divinae dilectionis afectum.» Y terminaba observando: «Carmina autem quaecumque in laudem Dei dicuntur, hymni vocantur». El concilio que preside el mismo Isidoro, no pudo mostrarse más devoto de su doctrina.

1 Véase el capítulo VIII del presente volúmen. Sobre lo que en él advertimos respecto de haber admitido y cantado la Iglesia española los himnos de Aurelio Clemente Prudencio, conviene consignar aquí que los mar

miento al entusiasmo religioso de los católicos, que determina la gran popularidad é importancia de estos peregrinos cantares. Sin que nos detengamos demasiado, será bien dar á conocer la forma en que semejante llamamiento se verifica. En el himno VIII, dedicado á San Clemente, se cantaba:

Clementis festum celebratur hodie:
Venite, Plebes, et mirate, etc.

En el XII, de Santa Eulalia:

Laudem beatae Eulaliae

Puro canamus pectore, etc.

En el XIII, de Santa Maria:

A solis ortu cardine

Et usque terrae limitem

Christum canamus principem,

Natum Maria Virgine.

El XXII, consagrado á Santa Eugenia, comenzaba:

Honore Sanctae Eugeniae

Castis canamus laudibus:

Christi fideli iubilo

Dulci psallamus modulo.

Y para no ser prolijos, pasando á los últimos himnos, que se cantaban en honra de los mártires, hallaremos en el LXXXV, de San Justo y Pastor, al terminar la invocacion con que empieza:

Hora instrue loquellis,

Et corda reple lacrymis,
Ut sacrorum festa dignis

cados en nuestro índice con los números XXXII y LXVI son al pié de la letra los que en el Peristephanon llevan el XIV y IV, y que los señalados en el primero con los números XII, XXXIV y LXXXVI son extractos más o menos extensos de los que en dicho libro De las Coronas ocupan el II, III y V lugar. La influencia de aquel esclarecido poeta, cuya importancia y mérito reconocimos en el capitulo V, no puede ser más sensible en la poesía sagrada del siglo VII, notándose además de lo dicho, frecuentes imitaciones de sus himnos en los dedicados á los mártires. En el índice señalaremos particularmente algunas de estas circunstancias.

Praecinamus canticis.

En el LXXXIX, de San Geroncio, se decia:

Sacratum Christi Antistitem

lerontium confessorem

Dignis canamus laudibus

Et celebremus vocibus.

En el XCVI, de San Fausto, Ianuario y Marcial:
Misticum melos persolvat

Et adtollat laudibus

Plebs dicata Deo Patri,

Et honore debito

Ymnum dulciter decantet

Cristo et Paraclito.

Finalmente, en el CVI se entonaban estos versos:

Deus, tuorum militum
Sors et corona praemium,
Laudes canentes Martyris

Adsolve nexu criminis.

Se advierte pues, que no solamente congregaba la Iglesia á los fieles bajo las bóvedas y armaduras del templo para darles participacion en las ceremonias del culto, sino que reproduciendo en cada himno la fórmula empleada para atraerlos á las mismas, despertaba y encendia en cada festividad su entusiasmo religioso, dejando por otra parte consignada aquella respetabilisima costumbre en tan populares cánticos, que constituian la tradicion viva del pueblo católico y daban razon de su estrecho maridaje con la Iglesia. Pero donde más resalta esta manera de consorcio es en la segunda parte del Himnario de que vamos hablando, destinado, segun queda advertido, á dar nuevo sesgo á las costumbres del pueblo, instituyendo por tanto otras nuevas. Á esta segunda parte se refiere principalmente el estudio que en el capítulo X dejamos hecho, y de ella sacamos todos los himnos que van en la Ilustracion III., excepto el del Carnaval, que corresponde á la primera. Como es fácil de notar por su lectura, si en los cánticos dedicados á los santos y á los mártires, descubrimos, no sólo la imitacion, sino alguna vez la copia ó el extracto de los himnos, escritos durante los siglos IV y V de la Iglesia, en estos que tan de cerca tocan al pueblo hispano-latino y aun al pueblo visigodo, advertimos el sello de aquella nacionalidad, cu

yo único lazo era la religion católica, y cuyo solo moderador el episcopado.

Por estas razones hemos creido que toda insistencia sobre punto tan esencial es poca, cuando se trata de una época, cuyo estudio se ha descuidado casi absolutamente, condenando aquella cultura, base principal de la ulterior civilizacion de España, bajo el título de bárbara y grosera, con que se ha designado vulgarmente cuanto tiene alguna relacion con los visigodos. No es la cultura de estos; no son sus costumbres, no sus letras, no su poesía lo que se estudia, admira y conoce al ponernos en comunicacion con la España del siglo VII por medio de estos poemas, tan originales en su fondo como peregrinos en sus formas exteriores: lo que á nuestra vista aparece de una manera clara y sorprendente es la civilizacion creada por el cristianismo, amasada con los despojos de la gentilidad, triunfante de la barbarie visigoda, y dirigida por último al fin más alto y noble que jamás habia tenido civilizacion alguna. Los himnos cantados por el pueblo y clero español venian á completar el magnífico y brillante cuadro trazado por la pluma del episcopado católico: Isidoro ilustraba al sacerdocio con sus doctas producciones y el sacerdocio aspiraba, no corrompido todavia, á ilustrar á la muchedumbre, dándole parte en su hermosa heredad por medio de aquellos preciosos cánticos, que debian amansar, y amansaron, la ferocidad de la raza visigoda, aliviando las penalidades y la miseria de la hispano-latina. Lástima es que este bellisimo panorama se vea rodeado de sombras, que ofuscan en breve sus vivos resplandores, y que sea el mismo clero, segun ya queda probado, causa muy principal de este doloroso eclipse.

Con la cultura representada por los himnos se ofrece tambien á nuestra contemplacion el arte, que de aquella misma cultura emanaba: su base esencial era la creencia católica: su fin la exaltacion de la fé jurada en el tercer concilio toledano, cuyo recuerdo parecia coronar toda manifestacion pública ó privada del sentimiento religioso. Así el arte llenaba cumplidamente su ministerio en aquella sociedad, y abrigaba dentro de sí poderosos gérmenes de vida para lo futuro. Sus formas (ya lo hemos repetido) eran derivadas del arte latino; pero á medida que se apartaban de este conocido origen, iban perdiendo su filiacion y tomando en consecuencia otra diferente fisonomia. La lengua distaba mucho de ser, no ya la de Horacio ó de Virgilio, pero ni aun la de Claudiano ó de Ausonio, apartándose igualmente de la hablada por Yuvenco, Prudencio y

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