Page images
PDF
EPUB

CAPITULO X.

POESIA POPULAR LATINA DURANTE LA MONARQUIA

VISIGODA.

Decadencia de las letras å fines del siglo VII.-Causas que la producen.— Corrupcion del clero.-Altérase su constitucion personal.-Mézclase en la anarquia de la nobleza visigoda.-Efectos de esta errada conducta.-Olvido de los estudios.-Estado moral y político de las Españas en el momento de la invasion agarena.—Costumbres públicas: los espectáculos, las artes escénicas.—Carácter de las mismas hasta fines del siglo VII.—Esfuerzos de San Isidoro para moralizarlas.-El diálogo De Synonimis.-Supersticiones gentílicas recibidas por los visigodos.-Ministerio que ejerce en ellas la poesía. Costumbres privadas: los convites; las bodas; los funerales.— Costumbres religiosas: las fiestas de los Santos.-Combate la Iglesia estos ritos de la idolatria.-Dá participacion al pueblo cristiano en los oficios y ceremonias del culto. Los himnos religiosos.-Indole y objeto de esta poesía. Sus principales caractéres.-Su influencia en los católicos.-El clero en los últimos dias del siglo VII.—Anarquia de la nobleza.-El rey don Rodrigo.-Oppas y el conde Julian.-Invasion sarracena.-Batalla de Guadalete. Sus inmediatas consecuencias.-Representacion de la Iglesia en aquellos momentos supremos.

Cuando examinado el extraordinario desarrollo que toman los estudios despues del tercer concilio de Toledo, reparamos en el repentino adormecimiento de los mismos ya en los últimos dias

del siglo VII y principios del VIII, no puede en verdad ser mayor la sorpresa que de nuestro ánimo se apodera. ¿Qué mano tan poderosa ha bastado á detener y enervar aquel prodigioso movimiento?... ¿A qué ley ha obedecido la inteligencia para que pierda su vigor y cese de improviso el noble impulso que habia recibido de manos del grande Isidoro? ¿Por qué el astro de la Iglesia española, que tan vivos resplandores habia lanzado desde. la época de Recaredo, aparece ahora cubierto de nublos que apocan su majestad y su grandeza? Causas de suma importancia producian sin duda aquella extraña conturbacion, recogiéndose el doloroso, aunque inevitable fruto de haberse traspasado todas las lindes, olvidándose al par los principios de la sana política, los avisos de la moral y los santos preceptos del Evangelio.

Ni era dable otro espectáculo en una monarquia dominada por elementos que repeliéndose ó destruyéndose mútuamente, al paso que debilitaban y consumian las fuerzas del Estado, quedaban reducidos á lastimosa impotencia. Sólo un principio parecia conservar su vigor primitivo entre los vasallos de aquella corona, cuyos estériles esfuerzos para lograr la unidad de la familia se estrellaron en su propia constitucion, no desvanecida aun la antigua ojeriza de ambas razas: era este el principio de la unidad católica, proclamado solemnemente por San Leandro en el tercer concilio Toledano ', principio en cuyo nombre se habian obtenido las más señaladas victorias, bajo cuyas banderas se habian inscrito los hombres de más ciencia y virtud, y en cuyas aras se habian visto los reyes forzados á rendir el homenaje de su espada y de su cetro. Pero ya lo dejamos indicado 2: este mismo principio, del cual partia el movimiento civilizador que hemos procurado apreciar en todas sus principales relaciones, si no llegaba á bastardear en las esferas del dogma, perdia su legítima y saludable influencia en la vida social, y desnaturalizado en sus aplicaciones por los mismos que lo invocaban, lejos de dar por resul

1 Véase el cap. VII, y en él los fragmentos que traducimos de la memorable oracion pronunciada por el metropolitano de la Bética, al poner término á dicho concilio.

2 Véase el cap. VIII del presente volúmen.

tado la felicidad comun, convertíase al fin en daño de aquellos que mayor interés mostraban en su aprovechamiento y defensa.

Triste privilegio el de los hombres!... Luchando generosamente por el triunfo del catolicismo, que llevaba en su seno vivísimos gérmenes de cultura, habia el clero levantado la civilizacion española á un punto de maravilloso engrandecimiento. Fué su gloria pacífica, como los medios de que se valió para alcanzarla: militaba en nombre de la verdad y de la justicia, de la paz y de la mansedumbre; empleó la elocuencia y se acrisoló en la persecucion; su triunfo era legítimo y de trascendentales consecuencias. Pero en el instante de lograrlo, mostróse ya exclusivo é impaciente por obtener suprema influencia en la república, como la habia alcanzado en la Iglesia; y creciendo estas pretensiones á medida que los reyes le dejaban ensanchar el círculo de su poder, llegaba el episcopado á olvidar el camino por donde habia subido á tanta prosperidad, y apartaba acaso la vista de la meta adonde debia encaminar todos sus pasos. No era la felicidad terrena el norte único de la religion católica, y sin embargo el episcopado español se adhirió fuertemente á toda idea de dominacion en el mundo: no estaban en la tierra los tesoros del catolicismo, y el clero se rodeó de toda grandeza. Los privilegios, las prerogativas y las exenciones nacieron entre aquellos mismos hombres, cuyo ministerio era predicar la igualdad '; y levantados en esta

1 Demás de las prerogativas alcanzadas por el clero en el órden político, son muy dignas de notarse las inmunidades que fué adquiriendo en el órden civil, las cuales produjeron naturalmente sus resultados. Ya desde el concilio IV de Toledo se descubre con toda claridad esta inclinacion al privilegio, que toma despues grandes creces, conforme se vá aumentando el poderio del sacerdocio: los cánones LXVIII y siguientes hasta el LXXIV inclusive del referido concilio trataban única y exclusivamente de los manumisos y libertos de las iglesias, concediendo á estas facultades extraordinarias y exenciones no gozadas por ninguna otra gerarquia de la república. Dábase mayor extension á estas disposiciones en el concilio IX [cánones del XI al XVI inclusive]; y adquirian las iglesias nuevas inmunidades por el X del XII concilio, en que se les otorgaba el derecho de refugio, que tanto debia aumentar su influjo en el Estado. Á estas prerogativas generales se añadieron otras muchas personales, que sacando al clero, y principalmente al episcopado, de su propia esfera, le mezclaban en demasia á los intereses del mundo: entre otras disposi

forma los intereses temporales sobre los verdaderos intereses de la religion del Crucificado, lejos de conspirar á los altos fines de la civilizacion, que habia engendrado el cristianismo, se atendió á dominarla, deteniendo su majestuosa carrera.

Que esta inclinacion al dominio político cunde, se arraiga y desarrolla en el clero hasta el punto de formar uno de los principales caractéres que le distinguen durante el siglo VII, no hay para qué demostrarlo de nuevo, cuando queda ya probado hasta la evidencia y basta el exámen de los Concilios toledanos para producir total convencimiento, si todavia pudiera abrigarse alguna duda 1. Mas no por dejarlo ya apuntado, nos será lícito pasar en silencio que aquellas mismas inmunidades y privilegios, obtenidos por el sacerdocio, le empeñaban continuamente en contradictorias contiendas, siendo en verdad doloroso el verle á menudo cobijar bajo su manto la usurpacion y la alevosia, absolviendo hoy los mismos crímenes que ayer condenaba, y dejándose en esta forma arrastrar en el torrente de las pasiones y de los odios mundanales. Hubo en el clero y sobre todo en el episcopado, que hallaba en el monacato sus más denodados adalides, hombres tan doctos y virtuosos como los que hemos ya mencionado en los capítulos preceden

ciones, parécenos de suma importancia el cánon II del concilio XIII, en que se establecia cierta manera de jurado, compuesto de magnates y de obispos, para juzgar á unos y otros, declarándose que no pudieran ser depuestos ni sufrir otro daño de gravedad sin prévia sentencia de aquella manera de congreso. Que esto distaba mucho de la sencillez evangélica, no hay para qué probarlo, cuando basta sólo la exposicion del hecho; pero lo que sí conviene observar es que desnaturalizadas desde luego las costumbres primitivas del episcopado, y fiados en sus prerogativas, hubo prelados que dieron ocasion á los cánones IV del concilio VII y V del XI, pruebas palmarias de que no era el norte de su vida la pobreza.

1 Fácil nos seria poner aquí larga nota de las disposiciones políticas adoptadas por los concilios, las cuales acreditan su intervencion activa en el gobierno superior de la monarquia. Sobre las ya alegadas en el capítulo VIII, deben sin embargo, tenerse en cuenta los cánones III y VII del concilio XII, el I, IV y V del XIII, el concilio XV, que absuelve á Egica del juramento hecho á favor de los hijos de Ervigio, las leyes VIII., IX y X.a del XVI, y finalmente las VI. y VII.a del XVII, último de los concilios, cuyas actas conocemos. Insistir sobre punto de tanta claridad nos parece ocioso.

tes; pero si no fué inútil el ejemplo de sus tareas, ni estéril su doctrina durante los pacíficos reinados de Sisebuto, Chindaswinto, Receswinto y Wamba, casi todos protectores decididos de letras y de ciencias, luego que la traicion de Ervigio desató los feroces instintos de aquella nobleza, con la cual compartia el sacerdocio derechos y prerogativas, vióse este envuelto en todo linaje de disturbios; y mientras algunos respetables varones lamentaban y procuraban atajar el contagio de aquella disipacion vergonzosa, rompíanse todos los vínculos del pudor y se llegaba á tal extremo de soltura que á no ser revelada solemnemente por boca de los mismos Padres del concilio, seria ya imposible concebirla. Todos los crímenes, todas las maldades y sacrilegios se abrigaban en aquellos ministros que medio siglo antes eran espejo de la virtud y de la mansedumbre: ni los bienes de los templos, ni los vasos sagrados, ni los ornamentos de los altares, ni las reliquias de los santos quedaron libres de aquellos hombres, esclavos de la concupiscencia; y no solamente hacian infame tráfico con los misterios de la religion que ofendian, entregados á torpes y sórdidas supersticiones, sino que atizando el fuego de la corrupcion, escandalizaban al mundo con su torpeza 1. Tan grande hubo de ser el

1 Triste y sombrio es el cuadro; pero verdadero y trazado sobre todo por los mismos concilios, cuya autoridad no admite réplica. Para su comprobacion citaremos, no obstante, algunos de los principales cánones, en que aquellos crímenes se condenan; debiendo llamar la atencion del historiador el concilio IX, que empezando por perseguir la defraudacion de los bienes de la Iglesia, está casi todo él consagrado á establecer las reglas á que debe ajustarse la buena administracion de dichos bienes; prueba palmaria de que eran ya en 655 los abusos excesivos, aunque despues tomaron mayores creces (Véase el cánon VI de los supletorios del concilio XVII en Aguirre, tomo II, pág. 757). Sobre los demás puntos advertiremos: 1.o que el menosprecio de las cosas sagradas llegó al extremo que manifiesta el cánon IV del concilio XVII, declarando «Sacerdotum quorundam improbanda voluntas et infausta temeritas, sacrosancta sibi commisa altaris ministeria, atque caetera Ecclesiae, non solum.... aliis tradunt pro suis nequissimis actibus abutenda, sed (quod peius est) suis ea non pertimescunt usibus adiungere insumenda >> (Aguirre, tomo II, pág. 755); 2.o que una de las acusaciones que se formularon contra el obispo Sisberto, fué la de haber profanado la casulla de San Ildefonso, usando de ella con escándalo del pueblo toledano, y autorizando así esta manera de sacrilegios (España Sagrada, tomo VI, pág. 297); 3.o que

« PreviousContinue »