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recibida la doctrina acopiada por el doctor de las Españas entre todos los hombres de más claro talento, y preconizada por todos cual único medio de trasmitir á las generaciones futuras el rico depósito de las ciencias y de las letras, operábase naturalmente cierta manera de renacimiento, en que brillaron al par todos los estudios, formando íntimo consorcio la teologia y la filosofia, la jurisprudencia y la historia, la poesía y la elocuencia.

Era el gran libro de Isidoro la base luminosa de aquellas tareas; y encaminado principalmente á labrar la educacion del sacerdocio, cundió en este el amor á ciencias y letras, dando vida á las escuelas clericales, fundadas por disposicion del IV concilio de Toledo, é infundiendo nuevo espíritu á las monásticas, emanadas de las reglas de Agustino y de Benito. Pero aquel impulso que se reconocia al par en todos los ángulos del Imperio visigo-, do, refluia más de cerca y alentaba con mayor brio las escuelas de la córte, donde habia resplandecido cual vivísima lumbrera el renombrado arzobispo de Sevilla. Acogido en el monasterio Agaliense el más celoso, si no el más ilustre de sus discípulos, no solamente iba á fructificar en aquel celebrado seminario la doctrina de Isidoro, tal como se hallaba expuesta en las Etimologias, sino que recibidas de viva voz las tradiciones de su sazonada y fecunda enseñanza, debian tambien modificarse y tomar nuevo camino los estudios de los Montanos y los Heladios, haciéndose sensible en la córte visigoda el influjo de la escuela sevillana, cuya semilla habia trasportado Bráulio á las márgenes del Ebro.

1 Es por extremo importante en la historia de la literatura española el detenido estudio de todos estos hechos. De su exacto conocimiento resultará sin género alguno de duda el de la marcha y desarrollo de los elementos de cultura acaudalados de antiguo en la Iberia, demostrándose al par la vitalidad y fuerza que todavia conservaban en el suelo de la Bética, cuna de los antiguos instituidores de las letras latinas. Ni debe tampoco olvidarse, dado el carácter de los ingenios que florecen en las postreras márgenes del Bétis, que no debia ser esta la última vez en que los cultivadores de las letras tomasen en toda España por norma y modelo, así los principios proclamados en las escuelas de Sevilla, como las producciones de sus hijos. La influencia que las regiones meridionales de la Península alcanzan una y otra vez en la historia

Fructificaban en tal manera los nobilísimos y gloriosos esfuerzos del grande Isidoro; é iluminando el centro de la monarquia la misma luz que habia brillado con tan puros resplandores en las comarcas de la Bética, derramaba tambien sus rayos fuera de las basílicas y monasterios, despertando en el pecho de los magnates y los reyes el mismo deseo de ilustracion y de cultura que anidaba ya en el seno del sacerdocio. Iniciado este saludable cambio desde el tercer concilio de Toledo, debia producir notable efecto en la nobleza visigoda, contribuyendo poderosamente á segundar las altas miras de la religion y de la política, y poniendo cumplido remate á la obra del episcopado español, cuyo mayor lauro consistia en haber logrado amansar la ferocidad del pueblo de Ataulfo, venciendo en nombre de la idea católica las más encarnizadas lides.

Espectáculo digno en verdad de consideracion y estudio! Los que un siglo antes no sólo desdeñaban y tenian en poco la ilustracion de los españoles, sino que rechazaban todo enlace con aquella grey, apellidada por menosprecio con el nombre de romana, quitada ya la diferencia de religiones, llamados por el egemplo de la Iglesia á una vida más dulce y bonancible, y dominados por el influjo de las ciencias y las letras, pagaban ahora el tributo de su respeto á la civilizacion del mundo romano, cuyos restos habia procurado recoger el sabio metropolitano de Sevilla en el gran libro de los Orígenes. Y å tal punto llegaba esta inesperada, bien que inevitable, transformacion en las creencias, las costumbres y las aficiones del pueblo visigodo, que extinguidos en parte los antiguos odios, pensó ya el generoso Receswinto en abolir la ley de raza, anhelando constituir una gran familia con los dos pueblos entre quienes mediaba antes insondable abismo '.

del ingenio español, punto es no para desechado en nuestros estudios, y que debe llamar desde luego la atencion de los lectores ilustrados. Observemos sus efectos durante la monarquia visigoda.

1 La ley de Reces winto, dada de 653 á 672, y cuya primera parte se dirige á probar su conveniencia, estaba concebida en estos términos: «Ob hoc meliori proposito salubriter censentes, priscuae legis remota sententia, hanc in perpetuum valituram legem sancimus: ut tan gotus romanam, quam etiam golam romanus, si coniugem habere voluerit, praemissa petitione dignissima

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Recibia España segunda vez este don inestimable de mano de sus conquistadores; pero si á pesar de la ilustrada piedad de Elio Antonino, que pretendió fundar en la Península, como en todo el orbe romano, un solo pueblo, no fué ya posible cimentar aquella apetecida union, habiéndose menester de la espada de los bárbaros para estrechar los vínculos de las razas romana y española, no más cumplidero y fácil era el empeño de Receswinto. Aspiraba aquella ley á coronar por su cima la grande obra de Recaredo; mas alterando de improviso la antigua constitucion militar del pueblo visigodo, lejos de formar con su promulgacion una sola familia, venia á relajar los no seguros lazos que unian á vencedores y vencidos, mostrando desde luego que no podia en modo alguno producir los frutos que la religion y la política esperaban. Sin duda el afortunado príncipe à quien debió España el triunfo del catolicismo, asegurada ya la unidad de la creencia, hubo tambien de meditar sobre la realizacion de semejante idea, consecuencia inevitable de aquel extraordinario acontecimiento; pero reparando en que la igualdad de todos sus vasallos, si satisfacia las prescripciones de la moral evangélica, ponia en contingencia la integridad y sosiego de sus dominios, remitió al tiempo aquella deseada fusion, que necesitaba operarse lentamente y á la sombra de protectoras leyes.

Al publicar la suya Receswinto, ni habia cambiado radicalmente la organizacion del pueblo visigodo, ni se habia tampoco modificado la constitucion expoliatoria de la propiedad, que tenia reducida al extremo de la miseria la gran masa de la poblacion hispano-romana. Era pues evidente que no apoyada en bases sólidas é indestructibles, no podia bastar una sola ley á realizar tan grandioso y trascendental pensamiento, pues que aun reducidos al gremio de la Iglesia católica y vencidos en el palenque de la inteligencia, con mengua de su primitiva bravura, no habian los visigodos soltado de sus manos, ni menos compartido con los es

facultas eis nubendi subiaceat, liberumque sit libero liberam, quam voluerit, honesta coniunctione consultum perquirendo prosapiae, solemniter consensus comite percipere coniugem» (Forum Judicum, lib. III, tít. I, ley 2.a).

1 Véase el cap. I del presente volúmen, pág. 28.

pañoles, el poder que se abrogaron por completo desde el instante de la conquista. Para que la union de ambas razas fuese perfecta, necesaria era ante todo la igualdad absoluta de los derechos; y ni los visigodos hubieran jamás recibido por rey á un romano, lo cual estaba expresamente vedado por las leyes, ni á pesar de que virtualmente imperaban los romanos por medio de los concilios, hubieran osado mostrar nunca la pretension de sentarse en la silla de los reyes visigodos, reservada á su más generosa estirpe '.

Sólo hubo un camino para llegar á tan suspirado término, y este se habia cerrado desgraciadamente desde el punto en que la ambicion de Witerico despojó al hijo de Recaredo de la corona: en vano intentaron despues hacerla hereditaria Suinthila, Chintila y aun el mismo padre de Reces winto; única manera de afianzar la política de equidad y de justicia que hermanase entrambas razas. Contraria la nobleza y aun el mismo clero á semejantes pretensiones, que hubieran puesto á raya su omnímoda preponderancia en el Estado, restableció la fuerza el temible derecho de eleccion, y subsistieron en consecuencia los insuperables obstáculos que sólo habia podido salvar el sacerdorio, perpetuándose entre pueblo y pueblo aquella nociva division, que únicamente debia terminar en los sangrientos campos de Guadalete.

Pero si por no hallar preparado el terreno, ó por venir demasiado tarde, no produjo la ley de raza el fruto apetecido, justo

1 Esta disposicion de la ley, que hacia imposible la verdadera igualdad entre ambas razas, se halla repetida en los concilios Toledanos desde el VI, celebrado en 638. En el último párrafo de su cánon XVII, renovadas las disposiciones anteriores acerca de la sucesion á la corona, y condenadas la tirania y la usurpacion, males tan frecuentes de aquella monarquia, leemos: «Rege vero defuncto, nullus tyranica presumptione regnum assumat, nullus sub religionis habitu detonsus, aut turpiter decalvatus, aut servilem origem trahens, vel extranae gentis homo, NISI GENERE GOTHUS et moribus dignus provehatur ad apicem regni» (Aguirre, tomo IV, pág. 413). Nótese, porque es muy importante para estas observaciones críticas, que el mayor número de los obispos que suscriben el concilio VI, son de raza hispano-latina: la fuerza misma de los hechos les forzaba pues á declarar á su propia grey indigna de la corona, bastando semejante manifestacion para que podamos hoy fijar con el deseado acierto el respectivo estado político de ambas razas, aun vencida la visigoda por la cultura hispano-latina.

será reconocer en el meritorio empeño que la dictaba, el saludable cambio que habia experimentado la opinion de los reyes y magnates visigodos respecto de la raza hispano-romana, cambio tanto más digno de consideracion en nuestros estudios, cuanto que era debido exclusivamente á los esfuerzos de la inteligencia. Así la política, aunque impotente para producir el bien, reflejaba de lleno el estado moral de la monarquia visigoda, y revelaba al propio tiempo el influjo civilizador de la Iglesia. Acatando la sabiduria del episcopado católico, cuyas leyes obedecia y ejecutaba, y deseosa de recabar para sí alguna parte de aquella inmarcesible gloria, contribuia la nobleza al desarrollo de los estudios, teniendo á gala el contar, entre los que abanderaban tan sorprendente renacimiento, algunos de sus hijos.

El triunfo de la civilizacion no podia ser más completo y decisivo en todos los terrenos: mas al salir la nobleza visigoda de la barbarie, al renunciar espontáneamente á sus belicosos hábitos, desciñendo de su frente el cruento laurel de las batallas, para sustituirlo con el más envidiado de letras y de ciencias, enflaquecíanse los cimientos de su temido imperio, y precitábase sin advertirlo en lastimosa é irreparable decadencia. No otra ley podia cobijar á una monarquia, compuesta de tan contrarios elementos, sujetos sólo por la espada de los descendientes de Ataulfo. La Providencia, que habia permitido la servidumbre del pueblo español, embotó al cabo aquella temible espada; y desvanecido ya el prestigio guerrero de la raza visigoda 1, y no siendo bastante la romana á sostener en sus hombros el peso de un Estado, en cuya gobernacion apenas tenia parte, vióse caer por tierra el antiguo coloso al primer amago de otro pueblo más jóven y enérgico, á quien sacaba de su primitivo asiento insaciable sed de conquistas.

Conveniente es repetirlo de los dos pueblos, que á ser otra la ley de los sucesos, hubieran podido constituir uno solo durante el siglo VII del cristianismo, al uno correspondia exclusivamente el dominio de la inteligencia, y el otro no habia podido conservar el imperio de la fuerza, rindiendo ante la ajena cultura el tributo de

1 Véase sobre este punto cuanto dejamos dicho en el capítulo anterior, págs. 396 y siguientes.

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