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quedad á la furia de la anarquia, inundada de hombres y caballos que incendiaban sus ciudades y arrasaban sus campos, é infestada al cabo por la heregia, arrastró durante el siglo V la más dolorosa existencia. Precedieron sus vicisitudes à la caida del Imperio, que juzgó sin duda conjurar la tormenta sobre él levantada, señalándola á los pueblos del Septentrion cual opulenta presa, y pensando desterrarlos por esta via á los confines del mundo '. Mas si hubo generosos pechos que venerando el nombre romano, osaran por un momento arrostrar en temeraria lucha el empuje y coraje de tantos pueblos como se desplomaron sobre Iberia; si alguna vez doblaron las águilas del Imperio las cumbres del Pirineo, más bien para excitar de nuevo el furor de los bárbaros que para rescatar las Españas de tan mísera servidumbre, ni llegó á despertarse el heroismo de los antiguos tiempos al ruido de tanto estrago, ni ofreció el pueblo de los Viriatos ninguno de aquellos egemplos que habian inmortalizado su nombre en los fastos de la historia. España avasallada, enervada y envilecida por los romanos, cambiaba sólo de señores; lejana de toda idea de independencia, ni aun pudo imaginar que era llegado el momento de tentar fortuna para recobrar la libertad perdida. Dobló pues á la pujanza de los invasores el cuello avezado á la servidumbre, y en su amarga orfandad sonrió acaso al contemplar la perdicion de sus antiguos tiranos.

La dominacion de Roma habia traido, sin embargo, la civilizacion al suelo de Iberia: templos, alcázares, anfiteatros, acueductos, calzadas, puentes, todo pregonaba la cultura de aquel pueblo, que habia dejado en las más apartadas comarcas de la tierra estampadas las huellas de su planta vencedora. La irrupcion de los pueblos del Norte traia en cambio la devastacion y la barbarie. Desde el punto en que la torcida política de Estilicon

1 No otra cosa refiere Jornandes, al narrar las expediciones de Alarico: temeroso Honorio de que este se asentara en Italia, resolvióse en efecto á echarle de ella, concediéndole las Galias y las Españas, como tan distantes de Roma: «Sententia dedit quatenus provincias longe positas, idest Gallias Hispaniasque... si valeret Alaricus, sua cum gente sibi tanquam lares proprios vin dicaret, donatione sacro oraculo confirmata» (De Rebus Geticis, cap. XXX).

excita á los alanos, suevos y vándalos á caer sobre el Imperio romano, señalándoles por último las Españas cual digna presa de su incontrastado coraje, hasta el momento en que el superior esfuerzo de los visigodos funda en la Península su renombrada monarquia, sólo ofrece la historia páginas sangrientas.

Cansados, mas no hartos de exterminio, reposaron aquellos pueblos por un instante para volver con nuevo y mayor ímpetu á sus tremendas correrias: asentáronse los vándalos y suevos en Galicia; posesionáronse los alanos de las provincias lusitana y cartaginense, y cupo en suerte á los vándalo-silingos la Bética 1. Dolido Ataulfo de las Españas, donde pensó tal vez poner la silla del Imperio, cuyo restaurador se intitulaba, acudió á sacarlas de tan misera servidumbre 2; mas desbaratados por la muerte sus intentos, heredó Walia la no fácil empresa de sujetar á su dominio aquellas naciones, habiendo menester exterminarlas para conseguir semejante propósito. Tras innumerables y desastrosos encuentros, lograba aquel animoso caudillo estirpar en la Bética los vándalo-silingos [418], arrojando de las provincias cartaginense y lusitana á los alanos, quienes acosados por todas partes se refugiaban aniquilados bajo los pendones de los vándalos de Galicia. De tal manera se ensayaba en las dos Españas el bélico esfuerzo de los visigodos, cuando llamados á las Galias por Constancio 3, dejaron expuestas al furor de vándalos y suevos las feraces comarcas que se extienden desde el Pirineo al Océano; y como si vengaran en los indefensos moradores la ignominia de sus pasadas derrotas, cayeron de nuevo sobre la antigua presa, no perdonando ya el fuego lo que habia olvidado antes el acero.

Levantados de su asiento los vándalos de Galicia, inundaban pues las llanuras de la Bética, guiados por Gunthario; y vencedores de Castino [422], extendian sus rapiñas á las costas orientales, infestando el Mediterráneo con sus bajeles y llevando el estrago hasta las islas Baleares, convertidas por su furor en lastimoso desierto. Cartagena, Sevilla y otras mil ciudades alimentaron al par

1 Idacio, año 411.

2 Jornandes, cap. XXXI.

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Idacio, año 419.

TOMO I.

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con sus riquezas aquella rabiosa sed de exterminio que precipitó al cabo, no sin extraordinario prodigio, la muerte de Gunthario'. Llevado Genserico de las instigaciones de Bonifacio, movia en el siguiente año con todos sus vándalos sobre el África [429], dejando á merced de los suevos la desventurada España. Depredada por ellos la Lusitania, desolada la Bética, vencido y muerto Andevoto en las márgenes del Genil, y pasado á cuchillo el ejército de los romanos, nada se opuso ya á la encendida bravura de Rechila, quien cayendo sobre la Carpetania y la provincia cartaginense, todo lo reducia á escombros, alzando sobre ellos horrible canto de victoria.

Ni fué menor la saña de Rechiario, su hijo: para solemnizar su exaltacion al trono de aquel pueblo avezado al pillaje, no halló otra más digna empresa de su valor que la de inundar con sus hordas las más distantes regiones, llevando el terror hasta las faldas del Pirineo. Pamplona, Zaragoza, Lérida, vieron sus hijos reducidos á triste cautiverio, mientras devoraban las llamas sus templos y palacios, publicando así la crueldad y barbarie de aquellos invasores. Al cabo Teodorico, rey de los visigodos, ya porque le aconsejara su propia ambicion, ya porque le moviese á compasion la desolada Iberia, ya en fin porque le irritase la soberbia de los suevos, determinóse á reprimir sus correrias, allegando poderoso ejército y penetrando en el suelo español, trayendo por auxiliares á los borgoñones. Á orillas del Órbigo [Urbicus] se avistaron aquellos terribles adversarios: recia fué la pelea y grande la matanza; mas arrollados por el ímpetu de los visigodos los mismos escuadrones, que engreidos con tantas victorias se tenian por invencibles, degollados los más valerosos y aprisionados los que no hallaron salvacion en la fuga, salia Rechiario del campo de batalla cubierto de propia y ajena sangre, viniendo al fin á poder de su enemigo y pagando con la vida su altivez y arrogancia [456]. Refrenada en tal forma la de

1 Idacio, que como otros muchos historiadores dá á Gunthario el nombre de Gundericus, dice sobre este punto: «Gundericus rex wandalorum, capta Hispali, cum ipse elatus manus in ecclesiam civitatis ipsius extendisset, mox Dei iuditio, daemone correptus, interiit» (Año 428).

los suevos, y destruido en un solo combate todo su poderio, fué ya fácil empresa para los visigodos el enseñorearse de Iberia, empresa á que daba cima el animoso Eurico, despojando á los romanos de los últimos baluartes en que se ostentaban las águilas del Imperio, y acorralando en Galicia las vencidas reliquias de aquellos feroces suevos, que pocos años antes eran terror de ambas Españas [470].

Desde este instante quedaba en la Península asegurada aquella monarquia, cuyos primeros fundamentos habia echado la espada de Ataulfo, viniendo al mismo tiempo por el suelo el trono de los Augustos, cuya púrpura osaba poner sobre sus hombros Odoacro. Era el reino de los visigodos el más poderoso y dilatado de cuantos se levantaban sobre las ruinas de Roma: más cercanos que los demás pueblos germánicos ó teutónicos á las fronteras orientales del Imperio; filiados bajo las banderas de los Césares, cuyos amigos y auxiliares habian sido desde el reinado del Gran Teodosio, no solamente traian al suelo de Iberia apagados ya algun tanto los groseros instintos que sacaron de sus primitivas moradas, sino que lisonjeados por la falaz idea de sustituir la majestad y grandeza romanas, preciábanse de cultos entre todos los pueblos septentrionales. Ataulfo, que halagado por la suerte de las armas, habia pretendido recabar para sí y para sus gentes la antigua supremacia de Roma ', esforzábase por dar á su córte el brillo y magnificencia de los emperadores: traje, costumbres, lengua, todo fué remedado por aquel bárbaro, quien desvanecido en medio de tantas riquezas, ansiaba apurar de una vez todos los goces que le ofrecia la decadente cultura del antiguo mundo, muriendo al cabo á manos de un bufon, entre los juegos, mimos y recitaciones con que intentaba emular la gloria de Augusto 2. Ni decayó este empeño entre los caudillos

1 Orosio dice con este intento, hablando de Ataulfo: «Se in primis ardenter inhiasse ut obliterato romano nomine romanum omne solum Gothorum imperium et placeret et vocasset, essetque (ut vulgariter loquar) Gothia quod Romania fuisset, fieretque nunc Ataulphus quod quondam Caesar Augustus » (Lib. VII. cap. XLIII).

2 Asegurando Idacio que fué asesinado Ataulfo inter familiares fabulas, y constando por Jornandes que murió á manos de Vernulfo, de cuya estatura

de los visigodos durante su permanencia en las Galias: acariciados por los capitanes romanos, que hubieron menester de su esfuerzo para aspirar á la púrpura, fuéronles no poco familiares sus fiestas y espectáculos, deleitándose en las artes de la paz, ya que no les era dado alcanzarlas. Hermanando los duros y varoniles ejercicios de la guerra con los deleites que le brindaba el refinamiento de la agonizante civilizacion, mostrábase Teodorico, el valeroso domador de los suevos, templado en las costumbres, manso en el trato y fastuoso en su córte, donde á semejanza de los emperadores llevaba tambien numeroso cortejo de parásitos é histriones, que divertian sus ocios con ingeniosas é inofensivas burlas 1. Mas no sólo con este linaje de pasatiempos intentaron los caudillos visigodos emular la majestad del Imperio: Eurico, que levantaba el poderio de aquel pueblo á la cumbre de su grandeza, segun queda ya apuntado, aspiraba á templar sus fieros instintos con el benéfico influjo de las leyes, no pareciendo sino que al recoger en un código escrito las tradicionales de sus mayores, preludiaba la gloria reservada á Recaredo y á Isidoro 2.

Pero no porque en esta forma dieran señales de estar preparados los visigodos à recibir cierta manera de cultura podian renunciar á su dureza, ni desechar los hábitos sangrientos contraidos en sus terribles expediciones. Llegado el momento de fijarse en la Península Ibérica, asentaron en ella su planta como señores y hundieron en triste servidumbre á los vencidos: el gobierno por ellos establecido fué por tanto el gobierno de los privilegios y de los fueros, como que los fuertes en la pelea, los poderosos en el

acostumbraba á burlarse (de cuius solitus erat ridere statura), no parece aventurado el deducir, como lo hacemos, que era este Vernulfo un enano bufon, el cual se aprovechó de la impunidad de su oficio y del descuido del rey, para matarle, cuando le divertia con sus burlas, fabulis familiaribus (Idacio, año 416; Jornandes, cap. XXXI).

1 Sidonio Apolinar, Epist. ad Agricolam; Mariana, Hist. gen. de España, lib. V, cap. IV.

2 El código mandado formar por Eurico fué debido á las tareas de Leon, uno de los más sabios jurisconsultos de aquel tiempo. San Isidoro dice, hablando del referido cuerpo de derecho: «Sub hoc rege gothi legum statuta in scriptis habere coeperunt. Nam antea tantum moribus et consuetudine tenebantur» (Hist. Goth., Wandal et Suev., era 504, año 466).

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