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dio de aquella inusitada proteccion, debia la verdadera musa del gentilismo exhalar los últimos cantos de vida, brillando tambien el postrer destello del ingenio español, como protesta enérgica contra aquella artificial reaccion clásica.

Lucio Ánneo Floro, hijo de Córdoba y de la ilustre familia de los Sénecas', recogiendo, digámoslo así, la gloriosa herencia de sus mayores, venia en efecto á manifestar en sus obras que era tan estéril el apuntalarlo con los preceptos y las reglas, como el intentar por medio de la imitacion, restaurar el antiguo edificio de las letras latinas. Renunciando á esta empresa, á que habian arrimado el hombro con tanto empeño los españoles Pomponio, Columela, Silio y Quintiliano; fiel á la estrella del suelo que le vió nacer y de los ingenios, cuyo nombre le honraba, dejó Lucio Ánneo volar libre de todo freno su fogosa imaginacion, y señalado entre los más fogosos declamadores, entró con planta osada en el campo de la historia: revistiéndola de todas las galas de la poesía, abultó á sabiendas los caractéres y desnaturalizó los acontecimientos, y ya sembró la narracion de los últimos de metáforas é hipérboles por demás atrevidas, ya prestó á los primeros excesivo relieve y pintoresco y ardiente colorido.

No otra cosa nos enseña el exámen de su Epitome Rerum Romanarum; pero si tan vivo deseo de lo grande y de lo maravilloso dió á esta obra cierta fisonomia, en todo desemejante de la que presentaban las antiguas historias y sus descoloridas imitaciones; si descubre desde luego á la contemplacion de la crítica la índole altiva y el carácter independiente de Floro, no le libró, como no habia librado á Lucano ni á Séneca, sus modelos, de caer en trivialidades y reprensibles exageraciones, que rebajan y apocan notablemente los mismos objetos descritos, haciéndolos al propio tiempo inverosímiles. Lucio Ánneo, ambicionando tal vez la gloria

de Castro en ponerle entre los ingenios españoles (Biblioteca española, tomo II, siglo II, pág. 144). Sobre la filosofia moral de este Emperador, comparada con la de Lucio Ánneo Séneca, acaba de aparecer en la república literaria un curioso tratado de Arminio Doergens con este titulo: L. Annaei Senecae Disciplinae Moralis cum Antoniniana contentio et comparatio, trabajo que empieza á ser muy estimado de los eruditos.

1 Gerardo Juan Vossio, De Historicis latinis, lib. I, cap. XXX.

de Tácito, ó ya anhelando narrar como poeta, se preciaba no obstante de trazar con una sola pincelada una situacion ó un carácter histórico; empeño que comunicando á su estilo afectada concision, le llevaba con frecuencia á ser hinchadamente oscuro. Y sin embargo de estas geniales condiciones y defectos de su estilo, excesivamente poético; sin embargo de la indicada propension á exagerarlo todo y revestirlo de abultadas formas, mostróse Lucio Ánneo Floro en lo sustancial de su Epitome digno abreviador de Tito Livio, mereciendo en vida los aplausos de los mismos que imitaban con singular ahinco los escritores del siglo de Augusto y conquistando en la posteridad las alabanzas de los doctos 1.

Su Epitome que, dividido en cuatro libros, comprende el largo período de setecientos años, desde la fundacion de Roma hasta la paz de Octavio, no puede á pesar de esto ser considerado sino como una obra de decadencia; pero obra de grande importancia en la historia de la literatura española, porque aparece, segun vá insinuado, como la última protesta del ingenio español, consecuente siempre con su origen y sus instintos, aun en medio de las difíciles pruebas, á que le habian sujetado los eruditos.-Tan estériles eran ya las tareas de estos en punto á los estudios históricos, que la mayor parte tenian por digno y meritorio empleo el extractar, compendiar y glosar de mil maneras la historia del pueblo rey, debida á las brillantes plumas de los Livios, los Salustios y los Césares, como si hubiera sido posible devolverle en tal forma la virilidad y la fuerza que habia perdido, cayendo en decrepitud vergonzosa. Pero si no fué dable á Lucio Floro el eximirse de la ley comun de los estudios, porque en aquellos momentos de espe

1 Señálase entre todos los elogiadores de Floro el tantas veces citado G. J. Vossio en el lib. I, cap. XXX De Historicis latinis, apellidándole escritor florido, discreto y elegante, bien que no desconociendo sus defectos. No le negó Justo Lipsio análogo elogio, manifestando que unia á su metódica elegancia cierta sutileza y concision maravillosa; ni le escasearon tampoco los aplausos Salmasio, Barthio, el español Vives, Escalígero y otros muchos comentadores de alta reputacion y fama. Casi todos tildan no obstante el estilo y la frase de Floro de excesivamente poéticos y algun tanto oscuros é hinchados.

ranza y decadencia el mismo instinto de conservacion aconsejaba que se recordasen y exhibiesen las antiguas proezas, á fin de levantar los enflaquecidos corazones de la muchedumbre, tampoco pudo encerrarse en los estrechos límites, donde los imitadores consumian los brios de su imaginacion, para producir sólo descoloridas copias ó diminutos extractos. En el Epitome Rerum Romanarum resaltan pues todas las dotes que hemos visto resplandecer en las obras de los oradores y poetas cordobeses; pero Floro, que muestra á menudo mayor osadia que Marco Ánneo y Porcio Latron, es sin embargo menos arrebatado y fogoso que Séneca y Lucano en el uso de las metáforas é hipérboles que matizan su florido estilo; siendo esta sin duda natural consecuencia de las frecuentes contradicciones que el ingenio español habia experimentado en el espacio de dos siglos '.

Florecian tambien por el mismo tiempo en Roma otros españoles, cuyos nombres no deben ser extraños á la historia de nuestra literatura: tales fueron Cayo Voconio y Antonio Juliano, celebrado el primero como poeta, y distinguido el segundo como retórico. Nada se ha conservado de las poesías de Voconio ni de las declamaciones de Juliano. Dejónos sin embargo Plinio Segundo el mozo, curiosas noticias respecto de Cayo: por él sabemos que era hijo de noble familia, y su madre de las más ilustres de la

1 No creemos ajeno de este lugar el advertir que al hallar en Floro las mismas dotes que avaloran las obras de Séneca, creyeron algunos eruditos, con la noticia de las obras históricas del maestro de Neron, que era el Epitome Rerum Romanarum obra suya. Vossio, que procuró ya desvanecer este error, juzgó que nacia de haber Floro imitado á Séneca: «Florum quidem imitatum fuisse Senecam» (De Hist. latin., ut supra); pero Elias Vineto observó que habia tenido orígen en la semejanza del nomen y del praenomen. De cualquier modo es lícito reconocer que sólo pudo sostenerse por la grande analogia de la índole literaria de uno y otro escritor. En las ediciones, desde la primera (sin año ni lugar, aunque se sospecha que es de Paris, 1470) y segunda (Roma, 1471 1472), se ha conservado siempre el nombre de Floro; llegando al número de cuarenta y tres las que se hicieron en los siglos XV y XVI; á cuarenta y seis las del XVII, y á nueve las del XVIII, sin contar en ningun caso las traducciones. Pocos son en verdad los escritores latinos que han logrado igual fortuna. Floro figura tambien en casi todas las colecciones modernas.

España Citerior, habiendo ejercido el oficio de sacerdote (flamen), asegurándonos al par que sobre estar dotado de ingenio sublime y ser dulce y muy discreto orador 2, escribia tan elegantes epístolas que parecia que en ellas estaban hablando las musas la lengua del Lacio 3; y el ya citado emperador Adriano le calificaba en este verso:

Lascivus versu, mente pudicus erat *.

Aulo Gelio asegura tambien de Juliano que no solamente se hizo digno del general respeto de los doctos por su talento y erudicion, sino que fué sobremanera estimado por su acendrada crítica, mereciendo el entonces envidiable título de censor rigidísimo de los antiguos escritores 5. Antonio se vió acusado no obstante de enseñar á sus discípulos la retórica á la manera española, siendo til

1 Pater ei in equestri gradu clarus: mater e primis Citerioris Hispaniae (Ad Priscum, lib. II, epist. XIII).

2 Mira in sermone, mira etiam in ore ipso vultuque suavitas. Ad hoc ingenium excelsum, subtile, dulce, facile, eruditum in caussis agendis (Ad Priscum, lib, II, epist. id.). Tan alta idea tenia Plinio formada de su buen juicio, que sometió á su censura el Panegírico de Trajano, que es la obra suya escrita con mayores pretensiones de cuantas se han trasmitido á la posteridad. 3 «Epistolas quidem scribit ut Musas ipsas latine loqui credas» (id,, id.). 4 El docto Ambrosio de Morales, recordados los elogios que Plinio tributa á este español, observa que fué natural de Sagunto (Murviedro), fundándose en que existian allí con su nombre hasta tres inscripciones, que trascribe (Corónica general, lib. IX, cap. XXXVI). Copiólas tambien Ximeno, poniendo á Voconio entre los Escritores del reino de Valencia (p. 6 de la Intr.), bien que tomándolas de Escolano, quien las leyó de diferente modo que Morales; y convino en que Voconio era saguntino. En el castillo de esta antigua ciudad, hoy casi destruido, se conserva tambien la siguiente inscripcion que revela el nombre de otro ingenio español, consagrado á la enseñanza de las artes gramaticales:

Diis manibus. Lucio Aelio Caeriae, magistro artis grammaticae, Lucius Aelius Aelianus, libertus, patrono benemerito. Vixit annos quinque et octuaginta.>>

Copióla nuestro amigo y compañero, don Antonio Delgado, en su Viage á Murviedro.

5 Noctes Atticae, lib. XIX, cap. IX.

dada su elocuencia de áspera y desapacible, de lo cual pretendió vindicarse, segun el mismo Gelio testifica 1.

Pero sea cual fuere el mérito de estos escritores, digno es de notarse que parece terminar con ellos, de la manera como habia empezado, aquella ilustre pléyada de ingenios que envió España á la Roma gentílica, para mostrar por una parte la injusticia de la opresion en tan hermoso pais ejercida, y manifestar por otra que, aunque vencida y en dura servidumbre, todavia aspiró å imponer leyes á la misma señora que habia echado sobre su cuello tan insufrible coyunda. Es en verdad un hecho de suma importancia el contemplar cómo desde el instante en que el ingenio español, libre ya algun tanto, brilla en la capital del mundo, aspira á ser depositario de la elocuencia, imponiendo como otros tantos cánones, primero á la tribuna, despues á la poesía y más adelante á la historia, las mismas licencias y extravios de su fogosidad y de su independencia. Desde Marco Porcio Latron hasta Antonio Juliano, desde Séneca hasta Floro, todos los escritores

1 Lib. I, cap. IV, y lib. IX, cap. XIX. Los críticos de los siglos anteriores, y con ellos el docto Goldasto, mencionan tambien entre los ingenios españoles que en la gentilidad florecieron, al poeta Rufo Festo Avieno, quien escribió en verso un tratado de geografia con el título De oris maritimis, que impreso muchas veces, inserta y traduce en su Geografia antigua el erudito académico de la Historia don Miguel Cortés. Demás de esta obra, curiosa y útil bajo el aspecto histórico, tradujo Rufo Festo Avieno la celebrada del griego Dionisio Púnico sobre la Situacion del Orbe y los Phenómenos de Arato. Algunos escritores apuntan la idea de que puso tambien en versos elegiacos las Fábulas de Esopo (Lilio Gregorio Giraldo, De Poetarum Historia, diálogo IV). Avieno floreció bajo el imperio de Teodosio y sus hijos, pareciendo haber tenido frecuente correspondencia con Claudiano, que obtuvo grande estimacion en aquella córte. Don Nicolás Antonio indicó sospechar que fué cristiano (Bibl. Vet., lib. II, cap. 9); pero el diligente Fabricio no sólo se opuso á esta conjetura, sino que, negada su patria, llegó hasta hacerle italiano (Bibl. lat., lib. III, cap. XI). Sea lo que quiera de su cristianismo, tan dudoso por lo menos como el de Claudiano, cumple á nuestro propósito observar que ni en su Orae maritimae, ni en las demás obras que á Rufo Festo se han atribuido, descubre grandes dotes poéticas, siendo por tanto escasa su influencia en la suerte de las letras latinas, á lo cual hubo de contribuir tambien el género de asuntos por él tratados. Notable es el que tampoco goza Rufo Festo Avieno de grande autoridad entre los geógrafos é historiadores modernos.

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