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vicios que plagan la córte, al paso que es la de Marcial hija del profundo despecho que en él engendra la ingratitud de sus coetáneos: por eso la sátira de Leonardo es menos incisiva, punzante y escandalosa, procurando seguir el vuelo de Juvenal, bien que faltándole el brio y el enérgico espíritu del poeta de Aquino. Y á pesar de todo no carecen las sátiras de Lupercio de frases y giros, cuya excesiva llaneza y desnudez nos recuerdan las licencias de Valerio, tan acerbamente condenadas por los eruditos. Pero si modifican en Leonardo, tanto la buena suerte que le cobija, como el espíritu del siglo en que vive, la vis satirica que abrigaba en su pecho, no deja de asemejarse al vate bilbilitano, aun al apartarse de aquella senda, erizada de peligros en los siglos XVI y XVII. Lupercio no es menos grave y profundo que Marcial, cuando escribe como filósofo, respirando sus producciones aquella apacible y consoladora moral que hemos admirado en los versos, donde Marco Valerio pinta la felicidad de la vida. Esta es precisamente una de las glorias de los hermanos Argensolas: imitadores ambos de Horacio, filósofos ambos, se distinguen al mismo tiempo, ya por lo depurado de su gusto, ya por la profundidad de los pensamientos filosóficos que nutren su estilo, dotes que dan á sus poesías un carácter especial, señalándose entre sus coetáneos, como se diferencian los versos graves de Marcial de cuanto en su edad se escribia. Lupercio deseó tambien gozar lejos de la córte la paz y quietud, que huye de los palacios; mas no como el poeta bilbilitano, para sacarse en la soledad el venenoso harpon que amargaba su existencia, sino para entregarse de lleno al culto de las musas:

Pero si alguna vez de Dios impetro

La quietud que yo precio y mas deseo
Que de tí, España, la corona y cetro;

Si entre cuatro paredes yo me veo,
Si puedo hacer con mis dineros humo
Y alguna cosa lícita poseo,

Yo juro de poner cuidado sumo
En hacer á las musas larga enmienda

Por este tiempo ocioso, que consumo.

Halagado sin embargo por la fortuna, murió entregado á los

negocios públicos, bien que consagrando á las musas los breves ocios que aquellos le consentian. Leonardo se apartó de Marcial en la manera de considerar los frutos de su ingenio: mientras Valerio envia á la capital del mundo aquel libro español 1, donde se muestra más recatado en cuanto à la moral que en los anteriores, bien que no menos apasionado del arte y de la poesía latina, é intenta ser leido de Roma 2, Lupercio, temeroso de la posteridad, entrega á las llamas, como padre desnaturalizado, sus propias producciones. Olvidaba sin duda que, así como Valerio habia ido à la capital del mundo á sostener la tradicion homérica, cultivando cariñosamente la ya adulterada lengua de Virgilio, habia él venido á la córte de los Felipes para mostrar la senda del buen gusto, y enseñar en Castilla la hermosa lengua de Cervantes. La posteridad, que ha reconocido estos hechos, no puede negar á Leonardo el justo galardon debido á su gran talento;

1 Romam, non Hispaniensem librum mittamus, sed Hispanum (Dedicat. del lib. XII, Prisco Suo). Marcial declara en esta epístola que escribe in provinciali solitudine, faltándole «illam iudiciorum subtilitatem, illud materiarum ingenium, bibliothecas, theatra, conventus,» y en suma todo cuanto en Roma excitó por largos años su impresionable musa.

2 Este pensamiento domina en varios epigramas del libro XII, á que nos referimos. Dirigiéndose al mismo, muestra el convencimiento de que será tenido por suyo, con sólo que se lean dos ó tres versos, diciendo:

Quid titulum poscis? Versus duo, tresve legantur,
Clamabunt omnes te, liber, esse meum,

Y hablando con Parthenio:

Quatuor et tantum timidumque brevemque libelium
Commendet verbis: Hunc tua Roma legit.

Debe consignarse en este lugar que Marco Valerio hizo con excesiva frecuencia alarde de la confianza que le inspiraban sus versos; y con tanto calor jos defiende y encomia, que hallamos hasta cincuenta epigramas animados de esta idea, siendo de advertirse que no esquiva el compararse con los más celebrados poetas. Demás del epigrama, en que dice á sus conciudadanos que no debe á Catulo más renombre Verona que á él Bílbilis, recordaremos el que dirige á Liciniano, donde mencionada la patria de los más ilustres poetas latinos, termina con este verso (Lib. I, epig. LXII):

Nec me tacet Bilbilis.

siendo ya tambien tiempo de que, apartando la vista de las obscenidades de Marcial, se le rinda, como poeta y como filósofo moral, el tributo de admiracion que por sus altas dotes merece.

El breve paralelo que acabamos de establecer entre Lucano y Góngora, Marcial y Lupercio de Argensola, justifica plenamente el propósito que nos guia en estos estudios. La misma índole, las mismas cualidades é inclinaciones encontramos en los poetas que brillan en la córte de los Césares que en los que ilustran la de los Felipes; siendo á la verdad notable en gran manera que despues de tantos siglos de guerras y trastornos, en que han entrado á dominar la Península diversas generaciones de gentes, resplandezcan los mismos caractéres, tanto en los ingenios andaluces como en los que nacen en el suelo de la antigua Celtiberia. Tan grande es la influencia que ha ejercido en los poetas de la Bética aquella rica y varia naturaleza, excitando vivamente su imaginacion y poniendo en sus labios copiosos raudales de ardiente y pintoresca poesía, más preciada por la brillantez de la forma, por la armonia del lenguaje y la suntuosidad y magnificencia de las imágenes, que por la ternura de los afectos que revela y por la profundidad de los pensamientos que la animan. Tan grande es asimismo el influjo que en los poetas aragoneses han ejercido la melancólica gravedad de su cielo, la austeridad de sus riscosas montañas y la sombria fertilidad de sus valles. Preocupados los primeros de cuanto los rodea, encuentran estrechas las leyes de todo arte, siempre que tiendan á moderar los brios ó á sujetar el vuelo de su ingenio: reflexivos, meditadores y apegados los segundos á la idea de autoridad, se asocian fuertemente á la imitacion literaria y se levantan á la sombra de los grandes modelos. Entre los vates nacidos á las márgenes del Ebro, no florecerá un Lucano ni un Góngora; pero tampoco brillarán en las orillas del Guadalquivir ingenios sóbrios y austeros á la manera de Valerio (cuando es grave) ni de los doctos Argensolas. Los unos aparecerán siempre dispuestos á introducir en la república de las letras todo género de novedades: los otros pugnarán acaso por rechazarlas; pero sucumbirán en la demanda, invocando inútilmente los fueros del buen gusto '.

1 No dejaremos la pluma sin advertir que al mismo tiempo que Marcial TOMO I. 10

obtiene en Roma los aplausos de la muchedumbre, florecen en aquella metró`poli y aun en la misma España otros poetas nacionales, cuyas obras no han llegado á la posteridad, ya porque no alcanzasen tan alta estima como M. Valerio, ya porque no tuvieran la suerte de visitar la córte, que llamaba á sí todas las celebridades del mundo. Es notable sin embargo entre los primeros el andaluz Cayo Canio Rufo, quien segun consta de su epitafio, publicado por Ambrosio de Morales, copiado por Jano Grutero (Thesaurus veterum scriptorum) é inserto en sus Bibliotecas por don Nicolás Antonio y Rodriguez de Castro, vivió en Roma, con su mujer Theophila, diez y seis años, siendo universalmente estimado por su natural gracejo y travesura, que contrastaba con la erudicion y juicio de su esposa. De este poeta, á quien amaba sobremanera Marcial, hace especialísima mencion en diferentes epigramas, citados todos por don Nicolás Antonio (Biblioth. Vet., lib. I, cap. XIII), manifestando no poco sentimiento de que no se dedicase á escribir lo que componia, ni pensara en una obra de importancia. Igual distincion debieron á M. Valerio Deciano, tierno amigo suyo, natural de Mérida, Liciniano y Marco Único, sus paisanos, quienes tal vez por no abandonar su patria, renunciaron al lauro que les brindaba sin duda la capital del mundo, propicia á los ingenios españoles. Marcial no vacila en poner á sus compatriotas al lado de los más famosos poetas de la antigüedad, cuando en el epigrama LXII del libro I, mencionados Virgilio, Livio, Horacio, Apollodoro, Ovidio y los dos Sénecas, decia:

Gaudent iocosae Canio suo Gades,

Emerita Deciano meo.

Te, Liciniane, gloriabitur nostra
Bilbilis.

El epigrama XLIV del libro XII está dedicado á Único, de quien se confiesa pariente y á quien iguala á otro hermano suyo, exímio en el arte de la poesía. Valerio se dirige finalmente en el epigrama XXXVII del libro X á un tal Materno, español como él, y distinguido en el cultivo de las letras. Para mayor ilustracion de estas memorias, remitimos á nuestros lectores á las Bibliotecas de don Nicolás Antonio y Rodriguez de Castro, donde se halla recogido cuanto se ha conjeturado acerca de estos ingenios. Tambien menciona don Nicolás Antonio á Herenio Senecion, natural de la Bética, donde ejerció la Qüestura (segun refiere Plinio, escribiendo á Tácito), señalándole como autor de los Comentarios de Helvidio Prisco, libro que le costó la vida por decreto de Domiciano, y que fué quemado públicamente, con general sentimiento de los doctos, como asegura el mismo Cornelio Tácito, cuya autoridad es digna de todo respeto (Hist., lib. IV, cap. V).

CAPITULO IV.

POETAS Y ESCRITORES DEL IMPERIO.

MELA. ITÁLICO.-QUINTILIANO.-FLORO, etc.

Reaccion literaria.-Imitacion de los antiguos modelos.-Ingenios españo les que siguen este movimiento.-Pomponio Mela.-Su obra De situ orbis. -Junio Moderato Columela.-Su obra De Re Rustica:-exámen del libro X, De cultu hortorum.-Paralelo entre Columela y Rioja.-C. Silio Itálico: su educacion literaria.-Su poema Bella punica. Carácter de esta obra.— La reaccion literaria encuentra intérpretes en el terreno de las teorias.Marco Fabio Quintiliano: su magisterio. Su obra De Institutione oratoria. Quintiliano, considerado como crítico literario.-Reaccion de la literatura griega y su influencia en la latina.-Marco Ánneo Floro.-Su Epitome Rerum Romanarum.-C. Voconio y Antonio Juliano.-Principales caractéres del ingenio español bajo la Roma gentilica.

Hay en la historia de las letras y de las artes, como en la historia política, momentos de reaccion, en que aspiran los ingenios á conservar y defender sus antiguas conquistas, las cuales ven acaso desaparecer como un bien apenas gozado. Pero este esfuerzo, alentado siempre por el respeto que inspira la gloria de los grandes maestros, ni produce el fruto apetecido, ni es tampoco el medio eficaz de llegar al término propuesto. En medio

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